miércoles, 25 de enero de 2017

Crecí, llegué tarde, perdí algunos trenes... (6)

  Ya no puedo pensar en un día en el que abras la puerta, ingreses con tu enorme sonrisa y desorganices mis ideas. Ya no puedo volver a reír entre dientes por algún comentario tuyo en “nuestro” lugar inadecuado. Ya no puedo esperar por sentir tu perfume todos los martes. Ya no puedo disimular ante los demás con tu presencia. Ya no puedo querer rozar tu barba. Ya no puedo ponerme nerviosa con tus mensajes. Ya no puedo rechazar tus invitaciones. Ya no puedo esperar tus propuestas. Ya no puedo porque volé un ratito (como siempre) y caí rápido, me sacaste las alas. Sí. Pero en vos se hicieron enormes y te transportaron a un paisaje ahora frío donde seguramente abrirás nuevas puertas y te recibirán en un idioma que desconozco.
  Lo admito, yo quería seguir en ese planeo intermitente con vos, volando suavecito y con alas frágiles  sin embargo, fui sincera al decir que me alegraba por tus cambios de vida tan anhelados.
  Tus alas siempre serán más fuertes. Las mías hoy, fuera de mí, están repletas de ilusiones y luciendo colores pálidos.


martes, 5 de julio de 2016

Crecí, llegué tarde, perdí algunos trenes... (5)

 Me siento una estúpida volviendo por estos lares para continuar lo que alguna vez comencé a escribir. Pero, bueno, así soy. Nadie me va a contradecir.

 Manejo la puerta que siempre se vuelve a abrir porque entrás con tu inmensa sonrisa y no sé cómo dar un portazo. Ya sabés…cuando el aleteo comienza es difícil frenarlo.
 Me gusta el jueguito que, en estos meses, armamos. Lo dicho, lo simulado y lo susurrado se entrecruzan entre sensaciones y perfume.
 Lo que debe quedarme claro es que no somos dos.
 Hay más puertas, más dichos y más perfumes para otras. Y por esas reglas nunca dichas, supuestamente, yo también debería simular, decir y susurrar sobre otras sonrisas pero no sé cómo (no quiero) porque siempre está la esperanza (aunque me cueste admitirlo) del cambio. A pesar de que el último silencio me demuestre lo contrario.

 Sí. En el transcurso del juego, el aleteo es constante pero muy relajado. Saber que puedo contar con vos, aunque sea por un ratito me acerca, lo sé, al dolor que, próximamente, me recordará la certeza pedestre. 

sábado, 19 de marzo de 2016

Crecí, llegué tarde, perdí algunos trenes... (4)

En el día más tranquilo de la semana, en el lugar donde más a gusto me encuentro de pronto escuché una voz conocida, levanté la mirada y…sí, efectivamente, entrabas VOS, otra vez con tu inmensa sonrisa y con tu ¿arrogancia tierna? parecías decir “atención, acá estoy yo”.
  Obviamente, perdí el hilo de la charla, repetí cinco veces (o más) el mismo vocablo y quien me escuchaba atentamente, esbozó una risita cómplice.
  A partir de ese momento, dejé de estar allí. Empecé a volar con ideas posibles hasta que las preguntas que los otros te hacían, me dejaron en claro tu presencia (ya no esporádica) sino ANUAL en el lugar.
  La bomba en mi estómago se hacía cada vez más grande y los cachetes colorados  deberían ser, en mí,  un signo evidente de incomodidad.
  Sí. Lo que era una posibilidad ahora es una certeza: Volviste a mi entorno y te movés en él con tanta soltura… La misma que usaste, sin desperdicio, para escribirme a las horas y para hacerme sentir-vos, sin saberlo- que el tiempo pasó en todos menos en mí.

  ¿Arrancó el juego? Guardaré las alas en el bolso, por si acaso…

viernes, 26 de febrero de 2016

In situ

Después de comentarle mis miedos e inseguridades frente a diferentes hechos vividos y por vivir, una amiga me responde: “Vos quedate tranquila, porque estás en el lugar indicado.” La frase se esfumó entre otros temas, pero ahora acá frente a la pantalla de la computadora, no puedo dejar de pensar… ¿Estoy en el lugar indicado? ¿Quién puede afirmar eso? ¿Será que estoy en el lugar indicado pero no en el momento justo? ¿Eso se logra?
  Nunca me caractericé por hacer las cosas en los períodos correctos, o mejor dicho, establecidos. Con algunas cuestiones, soy atemporal y nunca me interesó la diferencia con el resto, pero hoy necesito tener la certeza de, al menos, estar en el lugar apropiado y por qué no en el momento exacto.

  Diviso un camino que en sí no sé a dónde me lleva (puedo suponerlo), veo nubes de temor, tal vez algunos chaparrones de dudas. Espero que mi paraguas de palabras escurridizas se abra con firmeza creciente. 



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Qué raro se siente volver por estos lares, después de tanto silencio. 

viernes, 27 de noviembre de 2015

Crecí, llegué tarde, perdí algunos trenes... (3)


   Y en ese, “a veces te olvido” en el que me encuentro a pesar de los meses, el destino se empeña en cruzarnos. Hace unos días, simplemente, bastó que alguien dijera “se acuerdan de…” para que, como por arte de magia (sin exagerar), aparecieras otra vez.

  Sí.

  La puerta se abrió e ingresaste con tu inmensa sonrisa. Pediste permiso, claro, después de que otros miembros de la sala te insistieran para entrar. Me saludaste de manera rápida y percibí tu incomodidad inicial en el roce de tu mejilla junto al escurridizo “cómo estás”. Sin embargo, te adaptaste enseguida a la situación y te convertiste, obviamente, en el centro de atención general.

  Después de que abandonaste el lugar, todos los presentes me cuestionaron. Ellos  me exigían una explicación. Por eso, me gustaría preguntarte por qué, en el transcurso de la charla grupal, me mirabas tan chispeante y por qué, al mismo tiempo, te sonreías. Y te lo preguntaría, porque, justamente, al recibir esos gestos no podía dejar de corresponderlos entre tus mismos juegos de disimulos, los cuales, claramente, fueron de muy malos actores.  

  Estoy aleteando otra vez. Si al menos pudiera ser siempre etérea para no sufrir con el golpe…

martes, 29 de septiembre de 2015

Crecí, llegué tarde, perdí algunos trenes... ( 2)

  La resistencia que ejercían las alas adheridas a aquella puerta se hacía sentir (mucho). El deseo de aferrarse a algún nuevo ideal para lograr a la fuerza la ruptura, era un pensamiento repentino. Pero, no. Se seguía con ese dolor punzante de certeza pedestre.
  Hasta que un día, el dueño de la puerta apareció. Sí. Con una excusa, con varias preguntas y con, obviamente, mi respuesta inmediata. El dolor de las alas tensas, alejadas, comenzó a disminuir ya que él se estaba acercando. Otra vez los mismos planteos, otra vez los mismos disfraces y la certeza constante del “no debo”. Sin embargo, ellas aleteaban y yo, de nuevo, me dejé llevar  buscando un nudo en la trama a sabiendas del desenlace, del posible final, del…
 


  La resistencia que ejercen las alas adheridas a aquella puerta se hace sentir. El deseo de aferrarse a algún ideal para lograr a la fuerza la ruptura, es un pensamiento constante. Pero, no. Sigo con ese dolor punzante de certeza, por el momento, pedestre. 

domingo, 7 de junio de 2015

Crecí, llegué tarde, perdí algunos trenes...

  Llegué apurada y ojerosa. Me senté y no escuché sobre qué hablaban los demás. Volví al mundo real, cuando la puerta se abrió y entraste con tu inmensa sonrisa. Me saludaste distinto, claro, por primera vez acortando mi nombre y estoy segura de que mis ojos hablaron porque después del roce, más que sugerente, de nuestras mejillas, alguien me dijo “¿todo bien?” Traté de disimular mientras noté que me mirabas de reojo y esbocé alguna frase ridícula sobre el cansancio y el resfrío. Pero recibí como respuesta un “¿estás segura?” que no llegué a responder porque nuevos integrantes llegaban a la sala y entre saludos, por suerte, se perdió la apreciación. Vos, seguías sonriente.
  Entonces, a vos te digo, que después nos volvimos a cruzar y me dijiste, simplemente, “chau,nos vemos” con la misma sonrisa impecable porque, claro, había que seguir disimulando. Y me miraste con esas chispas verdes como queriéndome decir otra cosa, me gustaría creer, impedida por estar enfundados en nuestros disfraces laborales.
  A vos, que me hablaste todos los días en el momento que más lo necesitaba, que sin saberlo me brindaste el apoyo deseado y la alegría inevitable. A vos, que me saludabas con esa expresión de complicidad, aparentemente, genuina. La cual, cubría lo que en definitiva, se sentía y disimulaba en público.
  Sí. Vos. Ya sé, no querés nada serio, no me lo dijiste de manera explícita pero me lo dibujaste en cada comentario al azar. También puedo suponer que lo sucedido te cayó como un balde de agua helada y ni se te había cruzado por la cabeza,  no pudiste disimular tu actitud de sorpresa ¿no? Bueno, no sé. Tal vez la culpable soy yo. Pero me dejé llevar, sí, a mi manera.
  Ahora estoy escribiendo esto, no sé para qué,  y veo cómo el celular se carga. Ya vi que estás “en línea” y te quiero escribir un “hola” pero ¿me resisto?, me resisto de la misma manera que ese viernes a la noche cuando terminé entre tus sábanas riéndome de tu claro de luna y pidiéndote que me abrazaras más fuerte.
  No sé cómo se actúa en estos casos, te dije que vos estabas yendo muy rápido y yo necesitaba tiempo. Vos enfatizabas en que podíamos simular ser dos desconocidos en el ambiente cotidiano y ahora… ¿Vamos a terminar como dos extraños entre nosotros, también?
  Si yo no soy lo que anhelabas, si mis besos te parecieron vacíos, si mi timidez no te gustó pido, que entreabras otra vez tu puerta y me ayudes a despegar mis alas de allí.